De ellas aprendí

Malén Álvarez Ruiz. Profesora universitaria y terapeuta Gestalt.

“Los cuentos de hadas no hablan del mundo tal y como es sino de nuestros deseos respecto a él. No de lo real sino de lo verdadero. Y la verdad sólo la podemos tener un momento.”

Gustavo Martín Garzo, Una casa de palabras



En estos días, lo de las princesas no se lleva. La crítica feminista y el análisis de género han estigmatizado los personajes femeninos de los cuentos tradicionales, interpretando que son modelos de sumisión femenina producidos por el heteropatriarcado y, por lo tanto, de nula validez educativa. Así se reescriben los cuentos modificando o mutilando las historias originales, y convirtiendo a las antiguas princesas en mujeres contemporáneas rebeldes a los estereotipos, autónomas hasta el individualismo y por supuesto completamente autosatisfechas.

Quisiera señalar dos consecuencias de esta clase de análisis. Por un lado, la crítica feminista de los cuentos deja de lado toda la dimensión simbólica de los mismos, por lo que perdemos una valiosa información sobre los saberes emocionales y psíquicos tradicionales. También dejamos de ver la diversidad, rebeldía y búsqueda de alternativas que existe en los cuentos tradicionales. Y al cambiar un arquetipo por un estereotipo, se genera un nuevo imperativo sobre la identidad femenina, que de nuevo se ve cuestionada en su diversidad. Y tal vez esta operación, aparentemente transformadora, nos impide ver la dominación que sí se está perpetuando: la objetualización del cuerpo femenino, que persiste en las nuevas heroínas. Es decir: las antiguas princesas eran delicadas, sumisas y pasivas (o quizá no tanto, como veremos luego; parece que lo son especialmente en versión Disney). Las nuevas heroínas son activas, empoderadas, decisivas, autónomas. Curiosamente, de lo que no se libran es del imperativo corporal: hagan lo que hagan, todas tienen que ser sexys. No hace falta que sean buenas, pero sí que estén buenas. Son guapas, llevan ropa ceñida, marcan su cuerpo femenino sexualizado; no hemos de olvidar que están destinadas a agradar, y a hacerlo según el canon del gusto masculino occidental. Es muy raro ver en la imaginería del cine muchachas o mujeres desaliñadas, con ropa suelta, con las caderas más anchas que los hombros, con piernas gordas o con caras irregulares. En fin, se parecen poco a las mujeres reales. Siguen siendo un modelo idealizado, e idealizado según unos cánones estrictos y repetitivos de “belleza”.

Pero ¿es que esto viene de los cuentos tradicionales? ¿O es más bien una aportación de Hollywood a la fantasía colectiva?. Veamos: en la tradición oral, las imágenes son creadas por cada oyente. No hay una imagen estandarizada que todos tengan que ver al mismo tiempo. Si se dice que la princesa es bella, cada cual sabe cuál es esa belleza. No suele aparecer descrito ningún atributo físico, o, en todo caso, sólo algo sumamente genérico como el color del pelo (que puede ser indistintamente claro u oscuro); y estos colores, normalmente, se refieren simbólicamente a elementos alquímicos (colores relacionados con la transformación, la transmutación del alma, las posibilidades de evolucionar interiormente). Desde luego no hay referencias a talla, peso o forma corporal. Se reconoce una capacidad de atracción que tiene componentes morales, pero sin contenidos explícitos. En esto, la oralidad lleva ventaja: en ella caben todo tipo de variantes. Recordemos que muchos de estos cuentos no fueron escritos hasta el siglo XVIII, y que la ilustración con imágenes es un fenómeno tardío, muy posterior a la creación de las historias.

Así pues, las princesas de los cuentos no tienen el objetivo de generar un modelo de referencia física para las mujeres, puesto que su apariencia es tan indefinida que cada oyente puede proyectar en ellas la imagen que tenga interiorizada. Es más bien la cultura publicitaria consumista la que ha hecho este trabajo de estandarización de la imagen. Y lo sigue haciendo, aunque los roles de las heroínas se hayan expandido. De las consecuencias negativas de esto, algo sabemos. La baja autoestima generalizada de mujeres y niñas tiene mucho que ver con la comparación y crítica desfavorable que sufren los cuerpos. Hace años advertía Sabina que las niñas ya no quieren ser princesas; ahora quieren ser modelos, son objeto de una hipersexualización temprana y desajustada de los ritmos evolutivos naturales.

Kandinsky, Wassily - Bride. Russian Beauty. 1903.jpg

Pero la princesa no es un estereotipo; es la forma de un arquetipo: la doncella. Obviamente es un arquetipo cuya forma tiene que ver con la cultura patriarcal. Se ha generado, elaborado y expandido en la época del patriarcado, y aparece en narraciones que proceden de la época de gestación y consolidación de esta cultura. Por lo tanto, lleva consigo estos contenidos. Sin embargo, no es un arquetipo rígido. La inmensa diversidad de identidades y actuaciones de las princesas en los cuentos tradicionales es asombrosa. En la actualidad, la mayoría de las personas conocen un puñado de cuentos sobre los que basan su imagen de las princesas: Cenicienta, Blancanieves, La Bella Durmiente, La Bella (y la Bestia), Caperucita, y poco más. Pero hemos de decir que las princesas son muy diferentes y hacen muchas cosas. Algunas son salvadas, del encierro o de la depresión, por personajes masculinos. Otras idean sus propias tretas para escapar del encierro. Otras veces son ellas las que salvan a personajes masculinos, de encantamientos, de carencias o de persecuciones. Algunas seducen a hombres complicados y aplacan su agresividad; otras se defienden del acoso de maneras ingeniosas. Algunas eligen y otras se dejan elegir. Se casan con uno o con varios, o con un hombre que antes fue mujer. Salen de casa, van al bosque, buscan en lugares peligrosos o prohibidos; huyen (muchas veces de la violación o el incesto), son perseguidas, superan grandes traumas, afrontan sus carencias con creatividad, dejan de ser niñas y crecen, se hacen dueñas de su destino. Es extraño que se hayan visto identificadas con la pasividad, puesto que en los cuentos las princesas hacen muchas cosas 1. ¿De dónde viene entonces esta imagen de la princesa-objeto, esperando pasivamente la salvación por parte de un varón?.

Los cuentos maravillosos tenían inicialmente una función mágico-religiosa, de tipo ritual, en el contexto de las sociedades tribales anteriores a la sociedad matrimonial y de propiedad privada hereditaria. En el cambio a este nuevo modelo (el que conocemos como patriarcado), articulado en torno al matrimonio exógamo y el traspaso de la propiedad, los cuentos afianzan y elaboran las nociones de la nueva estructura. Por ello suelen partir de un esquema familiar (matrimonio que tiene/busca descendencia, y sus peripecias), un esquema novedoso en su momento y que tiene como consecuencia la identificación de la princesa con la doncella y del rey con el padre propietario. La característica principal de la princesa no es su origen real, puesto que esto es en buena medida una idealización. Lo importante de la princesa es que es la hija, y por tanto la persona que garantiza la sucesión legítima, y por tanto la mujer deseada o buscada por los personajes masculinos y su familia. Esta situación de las mujeres explica las numerosas veces en que las princesas aparecen como objeto de la búsqueda del héroe y formando parte del exitoso final de su aventura. Sin embargo, no podemos decir que esta sea la única aparición de las mujeres en los cuentos. También ellas buscaron la manera de colocarse en el centro de poder: “Si ellas eran las que legitimaban a los herederos de un nuevo régimen social basado precisamente en la propiedad privada hereditaria, ellas podían adueñarse de las instituciones que regulaban este sistema, sumando en conjunto lo que llamaríamos un matriarcado latente, que en realidad llega hasta nuestros días 2”. Esto, según el citado autor, explica la misoginia como una reacción de los hombres para proteger su status privilegiado; y de ahí los numerosos cuentos o situaciones de mujeres resistentes, rebeldes, con iniciativa, buscando burlar los límites a los que el patriarcado trata de someterlas.

Por otra parte, ¿de qué nos habla el arquetipo de la doncella?. Estas muchachas son personajes a medio hacer. No se han completado, les falta recorrido. Han dejado atrás la infancia, y están al borde de la vida, dispuestas, ingenuas, inexpertas. Sus aventuras, sus viajes, sus sufrimientos y peripecias, les permiten evolucionar. Salen de situaciones familiares fuertemente condicionantes y afrontan su destino con intuición, con errores, con trabajos y con ayudas mágicas que les permiten superar su inmadurez inicial y convertirse en mujeres plenas. Y esa plenitud se expresa en los cuentos, con frecuencia (pero no necesariamente), en la figura simbólica del matrimonio: al final del cuento, la princesa-niña ha crecido, ha completado las tareas (ha alcanzado un estadio superior de conciencia y de identidad) y se casa con el príncipe/héroe/muchacho (que, por su parte, también ha tenido que crecer y cambiar). Y este vínculo, obviamente patriarcal, va más allá de su significado sociocultural: implica que las dos personas están listas para abrirse a otra o a otras, que pueden superar su narcisismo y comprometerse en algo que va más allá de sí mismas. El matrimonio expresa la unión armoniosa y respetuosa de opuestos, la posibilidad de aceptar la diferencia, la capacidad de abrirnos con autonomía a otra identidad (incluso tiene un significado trascendente, aunque ahora no entraremos en ello). Podemos cuestionar que el matrimonio sea el destino final de la vida de las mujeres, y ciertamente en nuestra sociedad ha dejado de serlo. Pero el mismo destino es el que se plantea para los varones: al final de su aventura heroica, lo que encuentran es un lugar y una relación. Una posibilidad de ser, no un proyecto por hacer. El trabajo es lo que han hecho para llegar a ese punto, tanto ellos como ellas, no lo que tienen por delante.

Con una salvedad. Muchos de los cuentos que conocemos terminan, efectivamente, en boda o unión de dos personajes. Pero sabemos, a pesar de que mucho se ha perdido, que los cuentos tenían antiguamente una segunda secuencia; una parte posterior a ese encuentro, en la que de nuevo se sucedían dificultades, conflictos y tareas que era preciso superar. En “Estrellita de Oro”, por ejemplo (versión ibérica de Cenicienta), la parte más agresiva de la historia ocurre después de que el príncipe haya comprobado que ella es la dueña del zapato y se haya comprometido a casarse con ella. La protagonista de “La niña sin brazos”, después de casarse con el hijo del rey y tener dos hijos debe afrontar la prueba más dura, por causa de las trampas del demonio. Y también es así con Aladino 3, que después de haberse casado con la princesa pierde su castillo y es condenado a muerte. En fin: el vínculo no resuelve todos los conflictos, más bien abre otros nuevos que es preciso abordar en su momento. Los logros de la madurez se enfrentan a derrotas y reconquistas que los protagonistas afrontan desde lugares más evolucionados, pero en continuo aprendizaje.

Kandinsky, Wassily - Couple Riding_1906.jpg

Pues bien: ¿tienen los cuentos maravillosos algo que aportarnos?. Estas heroínas femeninas ¿sugieren o muestran algo que pueda iluminarnos en la sociedad actual?. Es posible que sí. Su naturaleza simbólica y mágica nos pone más allá del plano de la conciencia, hablándonos con imágenes accesibles, que nos permiten ir al encuentro de lo invisible. No nos dan explicaciones pero aportan pistas que nos llevan guiando sabiamente desde hace varios milenios. Las princesas abren su corazón al mundo, siguen sus deseos, atraviesan sus conflictos; afrontan la crueldad, la curiosidad, las consecuencias de la transgresión, la hostilidad del mundo. Hablan del delicado paso de la infancia a la madurez sexual y afectiva, y también de la evolución del espíritu. Los cuentos que ellas protagonizan son accesibles a los niños y niñas, porque su lenguaje arcaico e instintivo es comprensible desde la infancia. Y tal vez tengan algo que decir a las mujeres que tratan de vivir con libertad, con sentido de la justicia y con conciencia dentro de un código postpatriarcal; y también tendrán algo que decir a los niños y niñas de esta sociedad productivista y ciega a la interioridad. Qué le voy a hacer: me gustan las princesas; quiero aprender de ellas qué mujer puedo ser yo hoy.


1 Véanse: Cuentos al amor de la lumbre, A.R. Almodóvar, Anaya 1983; Cuentos de niños y del hogar, J. y W. Grimm, Anaya 1985; Cuentos populares rusos; A. N. Afanasiev, Anaya 1983; y específicamente femeninos, Cuentos de hadas de Angela Carter, Impedimenta 2005, por citar solo algunos ejemplos.

2 A.R. Almodóvar, op.cit., pag. 28.

3 C. Naranjo, El viaje interior en los clásicos de Oriente, La Llave 2013

Hemos escogido dos pinturas de Wassily Kandinsky para acompañar el texto. Pertenecen a su primera etapa creativa y sus títulos son, por orden de aparición: “Novia. Belleza rusa” (1903) y “Pareja a caballo“ (1906).

Este artículo fue escrito en octubre del 2019 y ha sido publicado por primera vez en este blog.

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