La bendición del contrario: pinches tiranos y maestros oscuros

Juan Antonio Valverde González

Psicólogo formado en Terapia Gestalt y Psicoterapia Integrativa con maestros como Claudio Naranjo, Juan José Albert y Alfonso Castro. Docente de AICUENT.

La historia, la de la vida de cualquiera,, la tuya, la mía… como la de un personaje de un cuento, va de moverse para suplir una carencia. Así comienzan las historias, así nace el primer impulso. La primera chispa del movimiento. Falta una comida, una pareja, un padre, una madre, un trabajo, un sentido…

A veces pueden ser cosas tan sencillas como ayudar a tu hijo a encontrar un oficio, y aquí me permito hablar de un cuento que citaré para exponer el oscuro tema que nos va a ocupar, “El Aprendiz de Brujo”, de Cuentos asturianos recogidos de la tradición oral (1924) de Aurelio del Llano y Roza de Ampudia. Incorporado luego al catálogo tipológico de Camarena (ATU 325) y a la famosa recopilación de Rodriguez Almodovar, Cuentos al amor de la lumbre.

Llega ese momento donde la angustia como padres ya no es que coman y estén sanos, sino que puedan labrarse un futuro. La madre (pues padre no hay, aquí va otra falta) resulta ser tremendamente práctica y respetuosa, por lo que pregunta al chiquillo “¿Qué carrera deseas estudiar?” Esta pregunta tan directa y la contestación, tan extraña y certera del hijo, hizo que me fijara en este relato. Porque este va y dice que “la magia negra” y no otra cosa ha de ser su oficio. Y ella, sin poner ninguna pega, se pone a buscar a alguien que le enseñe.

Como digo, este ejemplo de respeto materno, más allá de los prejuicios y opiniones personales vale lo que el hijo desea, y las extrañas inclinaciones del muchacho darían para buenas reflexiones, pero eso lo dejamos para otro momento. Retomo la idea del principio, nos ponemos en movimiento porque falta algo, carecemos…

La carencia “convoca” al esfuerzo y tal vez al sufrimiento. No hay viaje de transformación si no hay resistencia, dificultad. Para andar y lograr a veces necesitamos la fricción. La rueda no puede andar en el aire, fricciona sobre el suelo y entonces se produce el avance. Lo llamamos dificultad. Y la dificultad suele acarrear sufrimiento. La dificultad pueden ser las propias experiencias de la vida, pero a menudo se concretan en uno o varios personajes que van a encarnar esa oscura intención. Aparecen los contrarios, los enemigos, los personajes en disvalor que diríamos nosotros.

Por citar un ejemplo, y que creo que es de justicia en estos tiempos de polémicas absurdas y esperpénticas, nos podemos fijar en buena parte de los personajes que en la obra de Roald Dhal (1916-1990) ocupan este espacio. Uno de los más logrados es la grotesca señorita Trunchbul, directora del colegio de Matilda. Aborrece a los niños, enseñar y todo lo que pueda haber de bueno en la infancia, gustando de maltratar y castigar sin piedad a esos “abominables mocosos”.

Hace mucho tiempo escuché una entrevista a varios guionistas latinoamericanos de telenovelas de éxito. Historias que han movilizado audiencias por millones durante años. Me resultó esclarecedor cuando confesaban que uno de los aspectos fundamentales para sostener una buena trama eran los personajes de “los malos”. Son los que dan movimiento, tensión y valía a las aventuras de sus protagonistas. Seguramente nadie se identificará conscientemente con ellos, pero sí que permiten que nuestra simpatía por los “héroes” y “heroínas” sea mayor conforme más complicado se lo ponen.

Sí, son malos y pérfidos, porque representan esa parte más oscura, egoísta y explotadora del mundo, y también de nuestra propia mente (si hacemos una mirada interior, intrapsíquica) pero hacen que, en el caso de Matilda, terminen de aflorar sus poderes, su fuerza, su determinación y su astucia. De ser una niña aparentemente normal, pasa a ser una niña excepcional y dueña de su destino. En ocasiones el héroe o heroína de un cuento no va a conseguir un objeto mágico o nada aparentemente concreto del villano o villana, como un tesoro o un castillo. Sino que, muchas veces, el premio es la sabiduría que da el sobrevivir a su encuentro y aquello que ha tenido que movilizar para salvar el pellejo.

Volviendo al cuento “El Aprendiz de Brujo” encontramos otra curiosa y ambivalente manera de relacionarnos con el contrario. Aceptarlo conscientemente como nuestro maestro ya que, en ocasiones, determinadas habilidades solo te las puede enseñar alguien con peligrosas inclinaciones. En este caso no se trata de luchar contra el contrario, sino en aceptar conscientemente las partes más oscuras del maestro como parte del aprendizaje.

Entonces la madre preguntó a un maestro de magia si quería enseñar a su hijo.

—Si -contestó el maestro -, pero con una condición.

—¿Cuál es ella?

—Que al cabo de un año tiene usted que venir a ver a su hijo y si no lo reconoce, me quedo con él para siempre.

—Conforme.

Aquí se ve la naturaleza “potencialmente devoradora” del mago negro, pero ¿cómo va a ser si no? De esto van las oscuras artes y quienes las practican. Pero este es el premio, entrar en el territorio del riesgo, atreverse a aprender ahí donde lo conocido acaba y vamos a llegar a nuestro propio límite. Esto nos remite a tradiciones que hoy en día no gozan de buena fama, incluso parecen estar casi perdidas, pues poco o nada sintonizan con el arquetipo del maestro sabio, facilitador y amable. Pero han existido siempre y han dejado rastro en nuestras historias.

En el budismo Zen, por ejemplo, buena parte de los maestros antiguos eran conocidos por usar bastonazos, tortazos, pescozones o insultos contra sus alumnos si así les venía en gana. Pero, curiosamente, esto provocaba a veces la “iluminación” del aprendiz. Actos imprevisibles y sorprendentes que colocaban la mente del monje en un lugar diferente y no ordinario.

Se cuenta que el creador de la escuela Zen Soto, Eihei Dōgen (1200-1253) alcanzó el despertar cuando, estando los monjes en posición de meditación, el maestro la emprendió con la sandalia contra el que estaba a su lado por haberse dormido. Y mientras le pegaba le regañaba: “¿Cómo vas a alcanzar la iluminación si estás durmiendo?” En ese momento Dōgen alcanzó su propia iluminación y su escuela y práctica han pervivido hasta nuestros días.

A buen seguro que las anécdotas que han sobrevivido son las que surtieron efecto y muchas de ellas debieron causar estragos nada agradables. Pero así son estos caminos, tampoco nada es seguro.

En la tradición de conocimiento del Cuarto Camino se permite que la sabiduría pueda ser obtenida también por similares actos desconcertantes, explotadores y aparentemente egoístas del maestro. Se trata de una misteriosa tradición de enseñanza cuyo origen no está claro y que fue introducida en Occidente por uno de los sabios más curiosos del siglo XX, G.I Gurdjieff (1866-1949). Este propugnaba toda una filosofía y práctica que buscaba sacar al hombre común de su estado de “sueño” y “mecanización”, propio de una vida dominada por el ego. La curiosa historia de este hombre y su comunidad de discípulos está llena de episodios donde él gustaba de poner al límite a sus seguidores.

Se cuenta por ejemplo que había un miembro de la comunidad que era especialmente odiado por el resto ya que siempre se estaba quejando y protestando por todo. En una ocasión que el maestro había mandado a todos una tarea especialmente engorrosa (por ejemplo gustaba de encargar a los millonarios y gente acomodada que se ocupara de limpiar los retretes y hay que recordar que las personas pagaban por estar allí) este alumno no pudo más y se marchó malhumorado para no volver jamás. El resto de compañeros se dedicaron a celebrarlo con júbilo, pero cuando llegó Gurdjieff y se enteró salió corriendo a buscarlo para traerlo de vuelta. Los alumnos quedaron perplejos, y más aún cuando este les contó que para él era tan importante que incluso le pagaba por estar allí.

En épocas más recientes, y cuyo influjo ha llegado a gran parte de las escuelas de psicoterapia humanistas actuales (incluida la Cuentoterapia) tenemos al padre de la Terapia Gestalt, Fritz Perls (1893-1970), auténtico genio para movilizar la parte más auténtica del paciente, pero también de destrozar, con sus certeras confrontaciones, la parte más neurótica, infantil o hipócrita de la persona que tenía delante. Y esto lo extendió tanto a pacientes como a colegas, amigos o cualquiera que se le cruzara, lo que le acarreó una temible fama. Algunos terapeutas Gestalt quizás lo han olvidado, pero a él le gustaba repetir esta frase sobre sí mismo: “Yo soy 50% hijo de Dios y 50% hijo de puta”

Uno de sus alumnos, Claudio Naranjo, fué el principal difusor de la Gestalt en el ámbito hispanoamericano y gran estudioso de los cuentos y mitos (entre muchas otras cosas), y quien trajo a España, desde México, a quien solía decir que era el terapeuta que más se parecía al propio Perls. Se trataba de Guillermo Borja (1951-1995), autor de un breve pero intenso y recomendable libro, La locura lo cura (1997), donde de nuevo podemos ver cómo aquel que ayuda puede encarnar su lado más compasivo pero también el más duro si así lo requiere la situación. En palabras del también gestaltista Albert Rams:

"La comunidad terapéutica gestáltica de España le apodó "Memonio", el terapeuta maldito, […] lo que más repulsa le daba era un comportamiento tibio; a los tibios los ahuyentaba a cajas destempladas o ellos mismos solitos se alejaban. No le gustaba la falsedad ni, por supuesto, las máscaras, para mostrarse como alguien que en realidad no se era. […] Fue un psicoterapeuta altamente controvertido e igual de reconocido por su terapia confrontativa. […] Llevó la terapia fuera de los contextos habituales de despachos y consultas terapéuticas trasladándola a la vida misma, a los bares y conviviendo con sus pacientes, incluso, en ocasiones se los llevaba a la cama. Gozó intensamente de todos los vicios.” (Extraído del proyecto documental La mirada del las fieras)

Un servidor no tuvo el gusto o disgusto de conocerlo, pero sí a uno de sus colaboradores, también mexicano, que aterrizó por España de la mano de Lorenzo Hernández a finales de la década de los noventa, Alfonso Castro Asomoza (1953-2013). Con él muchos murcianos y canarios pudimos conocer esa particular forma de hacer terapia dónde todas las emociones, las más agradables y las más desagradables eran movilizadas para que, de una vez por todas, emergiera lo auténtico de cada uno. Recuerdo una ocasión en que, ante mi desorientación por su método (yo aún andaba formándome en este mundo terapéutico) me dijo: “Mira, esto que un servidor hace es en verdad muy complicado, se trata de trabajar con la transferencia negativa. Conseguir que a veces el otro se mueva porque se enfada o se queda enganchado por lo mal que le ha caído lo que le has dicho”. El concepto de transferencia, ya definido por Freud en el principio de los tiempos, es una de las piedras angulares de la psicoterapia. La persona revive inconscientemente, con el nuevo vínculo hacia el terapeuta, antiguos afectos y expectativas del pasado. Lo original de estos “demonios mexicanos” era que se atrevían a manejarla desde su lado más chungo sin ningún reparo. Si no te habías atrevido a sacar tu mala leche ante tu padre… pues mira, empieza a sacarla hacia mi, y para eso voy a representar el padre más chungo y autoritario que haga falta. No solo lo voy a representar sino que lo voy a encarnar con todas las consecuencias. Así trabajaba Alfonso, y en el más difícil todavía de hacerlo con grupos terapéuticos de a veces treinta personas o más. La relación con él la recuerdo de odio a veces, desesperación otras, profundo agradecimiento en ocasiones…

El encuentro con estas personas que ayudan desde el lado más imprevisible aparece a veces en nuestros cuentos. Veamos por ejemplo una versión de “La niña sin brazos”. Este es un cuento maravilloso tradicional recogido en múltiples versiones (ATU-706), de origen europeo, pero lo encontramos también muy representado en toda América. Las variantes son muy ricas pero en resumen (ojo, aquí hay spoiler), la niña ha quedado mutilada y abandonada por un fatídico y codicioso pacto del padre con el Diablo u otro ser oscuro. Eso no impide que un príncipe se case con ella muy enamorado y que después marche lejos (a la guerra u otro asunto). La chica tiene dos hijos pero queda a merced de una suegra que quiere destruirla (o el mismo diablo del principio). Esto hace que termine vagando por el mundo, en su condición de manca y con dos chiquillos colgados de los hombros. a los que atender. Una calamidad de situación tras una colección de desgracias y agresiones. Y es aquí donde por alguna intervención mágica o divina a la niña le vuelven a crecer los brazos. Sin embargo, en esta versión de La Alpujarra de Granada (España) aparece un curioso desenlace:

La mujer echó a andar, andar, y los niños ya iban sucios y con hambre. Llegó a un riachuelo y allí se paró, lamentándose de no poder lavarlos, ni darles de beber. En esto se le apareció una anciana y la muchacha le pidió que le lavara los niños. La anciana le contestó que los echara al río y que los lavara ella. Ella le hizo ver que no tenía manos. Y la anciana entonces cogió a los niños y los tiró al agua. La muchacha, al ver que se les ahogaban, fue a meter las manos en el río para cogerlos y en ese momento le crecieron. Así pudo salvarlos y luego lavarlos y atenderlos. Cuando quiso acordarse de la anciana, había desaparecido.

¡Vaya con la anciana! ¿Estaba loca de remate y era otro de los personajes dispuesto a maltratarla o sabía lo que hacía por una sabiduría que conoce a dónde llegamos cuando vamos más allá de nuestros límites? Aquí el misterio y aquí la maravilla.

Curiosamente, y no por casualidad, la tradición más extrema en cuanto a la confrontación con el contrario nos llega también de México a través de los libros de Carlos Castaneda. Controvertido fenómeno editorial en los 70 y que marcó a toda una generación de buscadores. En ellos su protagonista aprende durante años con un indio yaqui (Don Juan) cómo convertirse en un brujo y en un hombre de conocimiento. Siendo estos libros un universo complejo y polémico, quiero rescatar cómo en el séptimo de ellos el maestro le transmite la importancia que para su linaje tiene el encontrar un “pinche tirano" (como ellos llaman a estos enemigos del camino).

Nada puede templar tan bien el espíritu de un guerrero como el trabajar con personas imposibles en posiciones de poder. Sólo bajo esas circunstancias pueden los guerreros adquirir la sobriedad y la serenidad necesarias para ponerse frente a frente a lo que no se puede conocer.

A grandes voces disentí con él. Le dije que, en mi opinión, los tiranos convierten a sus víctimas en seres indefensos o en seres tan brutales como los tiranos mismos.

—La diferencia está en algo que acabas de decir -repuso-. Tú hablas de víctimas, no de guerreros. […] Los videntes de aquella época tuvieron la mejor oportunidad. Los españoles fueron tales pinches tiranos que pudieron poner a prueba las habilidades más recónditas de esos videntes; después de lidiar con los conquistadores, los videntes estaban listos para encarar cualquier cosa.” (El fuego interno, 1984)

Vagando por todos estos recuerdos de lecturas y maestros casi me olvido de “El aprendiz de brujo”, el cuento que señalaba al principio. Se acaba con un combate mágico pero “a muerte” contra el maestro-enemigo, de ahí que en algunas versiones alemanas se conozca como “La competición mágica”. Aquí encontramos, como en el caso de los pinches tiranos de Don Juan y Castaneda, una situación donde solo cabe vencer, donde ya todas las líneas se han cruzado y estamos frente al enemigo… y la última gran enseñanza es derrotarlo totalmente.

Según la tradición de Don Juan la gran oportunidad que ofrece la confrontación con el pinche es acabar con el que verdaderamente es nuestro peor enemigo, “La importancia personal”.

La importancia personal es nuestro mayor enemigo. Piénsalo, aquello que nos debilita es sentirnos ofendidos por los hechos y malhechos de nuestros semejantes. Nuestra importancia personal requiere que pasemos la mayor parte de nuestras vidas ofendidos por alguien.

Puede parecer exagerado pero en esta tradición no hay nada como un buen enemigo para que uno pierda este “exceso” de importancia y se coloque de otra manera ante la vida. Una versión más actual del trabajo con este concepto la expone Miguel Ruíz en su libro Los cuatro acuerdos (1997), en este caso más fácil de asimilar y poner en práctica.

Lo que te hace estar atrapado es lo que llamamos importancia personal. La importancia personal, o el tomarse las cosas como algo personal, es la máxima expresión del egoísmo porque hacemos la suposición de que todo tiene que ver con «yo».

A modo de conclusión abierta. Más tarde o más temprano el enemigo aparecerá. Con una sana intención de fondo, o con voluntad de destruirte, o de una forma en que será imposible determinar de qué lado está. Pero pondrá la resistencia, el reto, el abuso. Puede ser un jefe, un familiar cercano, un asistente a un taller que no para de boicotear, tu pareja, una parte tuya que no para de enfadarse o estropearlo todo… El propio sistema de vida del ser humano en el siglo XXI está lleno de zonas oscuras y abusivas. Pero el enemigo aparecerá, precisamente porque es lo que permitirá la renovación eterna de la historia, de la vida, de la creación. Y si no aparece lo mismo hay que buscarlo, o por lo menos permitir que aparezca y no salir corriendo a las primeras de cambio, permitirnos nombrarlo. Si la inercia es escapar, ¿cómo recordarlo? Una manera es contando cuentos, esas historias donde “nada es lo que parece”. El enemigo, el egoísta, el que cae mal… incluso el que un día juró destruirnos, puede guardar una parte del tesoro. Este tesoro que a la larga siempre es el mismo, la integración.

Las cinco cartas que ilustran este artículo forman parte de El tarot de las hierbas mágicas, creado por Gabriel Vázquez Molina y dibujado por Jabier Herreros Lamas.


















































































































































































































































































































































































































































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