El cuento como fenómeno transicional

Ilustración de la autora británica Shirley Hughes (1927-2022) para Dogger, uno de sus cuentos.

María José Pelegrín Martínez

Psicóloga y psicoterapeuta. Docente de AICUENT. Especialista en psicología perinatal.

Los seres humanos, para sobrevivir necesitamos alimento y lazos de amor en forma de vínculos de apego con las personas referenciales básicas de nuestra vida. Entendemos por apego la vinculación afectiva intensa y duradera en el tiempo que generamos con aquellas personas especialmente significativas en nuestra vida. En un primer momento suele ser la madre, nuestro apoyo para protegernos y explorar el mundo, para con el tiempo ser aquellas personas más cercanas y familiares. A lo largo de nuestro desarrollo evolutivo, desde que somos concebidos, pasamos por distintas fases con sus diferentes necesidades de apego y relación.

Durante el embarazo hay contacto y atención permanentes, el bebé nunca se encuentra solo, sus órganos de los sentidos se van desarrollando y están funcionando ya en el entorno uterino del cuerpo materno. Cuando el bebé nace y hasta, más o menos, los seis meses de vida extrauterina no es capaz de diferenciar entre él y el cuerpo de la figura materna de referencia. Viene a ser lo que se define como la díada mamá-bebé, un estado en el que aún no tienen conciencia de donde empieza o acaba su cuerpo, en el que tiene la vivencia de sentir el cuerpo de la madre como propio, en el que no entiende el concepto de límite. Entre los 7 y los 12 meses comienza a desplazarse por el mundo, a veces reptando, otras gateando o incluso dando los primeros pasos; es entonces cuando se comienza a presentar el miedo a la separación de la madre, que se afianza posteriormente, entre los 12 y los 24 meses. En ocasiones, este miedo llega a dar lugar a la llamada angustia o ansiedad de separación.

Dicha ansiedad forma parte del desarrollo normal, ya que en esta etapa el bebé se hace consciente de que es un ser independiente, separado de su figura materna. Esta clase de miedo es común en todas las culturas, ya que el temor a la separación se halla relacionado con el temor al abandono (sí no te veo, no estás, no existes), y por tanto con la pérdida de amor y la imposibilidad de sobrevivir. Ante semejante peligro, los bebés realizan toda una serie de conductas para que la mamá no desaparezca de su alcance, desde la manifestación de inquietud hasta el llanto desconsolado. La ansiedad de separación puede aparecer durante cualquier cambio brusco en el entorno del niño, especialmente al comenzar su etapa en la guardería o el colegio. También puede aparecer ante la vuelta al trabajo de la madre o en cualquier situación donde el niño sienta ansiedad.

Ilustración de Shirley Hughes para el poema “Creepy Crawly World”

Frente a la citada ansiedad, el pediatra y psicoanalista Donald Woods Winicott postula su teoría del Objeto Transicional, que viene a ser un objeto material en el cual el niño deposita cierto apego y que suple a la figura materna cuando ésta no se halla presente. El Objeto Transicional permite al niño construir un área intermedia entre él mismo y otra persona o la realidad, ante la ausencia de su figura referencial. Los ejemplos más clásicos son los muñecos de peluche, las mantitas y otras cosas de las que el niño no se quiere separar.

Mi contribución, basada en la evidencia clínica aportada por la observación terapéutica, consiste en demostrar que los cuentos vienen a hacer el mismo papel que los objetos transicionales pero en forma de "fenómeno" transicional, puesto que, no siendo un objeto como tal, cumplen el mismo objetivo de dar seguridad y protección. Todos esos alegres álbumes ilustrados que los padres compran a sus hijos vienen a entrelazar dos situaciones diferentes, una de seguridad y otra ansiógena. ¿Y de qué manera sucede esto? La casa puede ser ese lugar seguro y confortable en el que las figuras referenciales básicas (materna o paterna) cuentan cuentos al infante. Entonces, cuando el infante sale de esos espacios seguros y se encuentra en lugares donde se le presenta la angustia de la separación, el cuento funciona como un símbolo de la unión que existe entre él y sus figuras de apego. El niño puede llevar consigo esos cuentos tanto físicamente como interiormente: en las imágenes y sonidos que recuerda o en las emociones que despiertan en él. Una vez que el niño ha interiorizado que los cuentos son generadores de vínculos de apego seguros, los verá como a una madre protectora que siempre va con él; a pesar de la distancia.

En esta etapa evolutiva (y en todas), los cuentos pueden proporcionar una ganancia adicional. Si el niño tiene la suerte de asistir a un colegio en el que también se le leen o cuentan cuentos, éstos pueden hacer que en muy poco tiempo se establezca y afiance un vínculo afectivo entre el niño y la maestra. Esto sucede porque el cuento ayuda a transferir la relación de apego seguro de la madre a la maestra. Gracias a esta transferencia de afecto la escuela se convierte en un lugar que proporciona seguridad al niño, acompañándolo durante todo su desarrollo.

Como cuentoterapeutas, y especialmente si trabajamos en el ámbito de la educación o con niños muy pequeños, conviene que transmitamos a padres y educadores que los niños no sólo buscan la seguridad en sus objetos o en sus personas, sino también en las historias, los ritmos y los espacios de intimidad que proporciona el cuento.

Este artículo fue publicado originalmente en el número 5 de la revista anual de AICUENT, en diciembre de 2019.








































































































































































































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