Cuentos de tradición oral: moción de adaptación ante la censura o el olvido

Carmen González Hernández

Narradora oral, directora y docente del programa Educación lúdica, dinamizadora de risoterapia, monitora de tiempo libre y animación a la lectura, y docente de AICUENT.

Una sociedad democrática tiene como principio la libertad de expresión. Hoy tenemos, más que nunca, multitud de canales de comunicación, televisión, radio, podcast, redes sociales… donde periodistas, eruditos, politólogos, influencers y aspirantes a serlo, ofrece su opinión, argumentos a favor y en contra de los más diversos temas candentes: embarazo subrogado, eutanasia, aborto, violencia machista, patriarcado, feminismo, prostitución, autodeterminación de género y cambio de sexo, maltrato animal, utilización de animales como espectáculo, tauromaquia, veganismo… Con más o menos conocimiento de cada temática y con mejor o peor acierto.

Dependiendo de los canales de información a los que cada persona acceda, se posicionará a favor o en contra de un determinado tema. Con suerte, esa polarización se producirá después de haber escuchado o leído opiniones con las que se está de acuerdo y también con las que se no se están, para así poder formarse una opinión propia y no hacer una simple repetición de ideas de otros/as. Aunque lo cierto es que no siempre es así. Sea como sea, esa polarización se defiende con la convicción de que la opinión asumida es la acertada, la única válida y, en muchas ocasiones, se produce también un afán por desprestigiar cualquier idea que no esté alineada con la propia forma de pensar.

Personalmente, creo que cualquier posicionamiento que hagamos viene influenciado por la situación que nos ha tocado vivir y depende, por tanto, de unas circunstancias muy determinadas. Sin ni siquiera poder tener en cuenta todos los matices que existen, sí alcanzo a intuir que, a medida que nos permitimos tener más información y experiencias diferentes, nuestra polaridad tiende a relajarse. En mi opinión, las férreas convicciones tienen que ser revisadas con cierta periodicidad y plantearse la posibilidad de flexibilizarlas, como muestra de valentía e inteligencia, puesto que (y esto lo establecería como axioma) nadie está en posesión de la verdad absoluta.

La duda modesta es llamada el faro de los sabios. (Shakespeare)

En base a lo mencionado, quiero abordar aquí otro polémico tema relacionado con los cuentos de tradición oral. Es lícito y necesario que haya una revisión del material con el que nos hemos formado, que haya una opinión crítica que ponga en duda si los valores de antaño sirven en la actualidad o precisan una renovación: ¿Los cuentos de tradición oral perpetúan los mensajes del patriarcado? ¿El papel de la mujer en los cuentos de tradición oral es antifeminista, reduccionista respecto al potencial de las mujeres? ¿Por qué las princesas siempre tienen que ser bellas, qué tipo de inclusión podemos defender contando este tipo de cuentos? ¿La única aspiración de una mujer, su meta, es casarse? ¿Qué tipo de mensaje estamos dando a las actuales niñas y mujeres contando estas historias? ¿Acaso las mujeres de hoy en día necesitan ser rescatadas por un príncipe azul? ¿Por qué siempre los hombres tienen la responsabilidad de salvar a princesas desvalidas? ¿Hemos crecido con la esperanza de encontrarnos con el príncipe azul? ¿Vamos por la vida intentando ser el príncipe azul de alguien?... Seguro que a estas preguntas y dudas razonables surgirán otras muchas que podéis añadir al leer estas palabras.

ilustración de Pablo Auladell para el cuento “El príncipe encantado“

En respuesta a la revisión planteada en estas y otras preguntas, en 2019 una escuela retiró de su biblioteca unos doscientos cuentos que fueron clasificados de sexistas (Vanguardia, 2019). Se desató un aluvión de respuestas, argumentadas en numerosos artículos escritos en defensa de los cuentos, rescatando los argumentos ofrecidos por la antropóloga Alison Lurie en su libro para jóvenes No se lo cuentes a los mayores: literatura infantil, espacio subversivo (Lurie, 1998). Y también se publicaron artículos en contra, como el de Martina Delgado: “El contenido sexista de los cuentos de hadas” (Delgado, 2022). Más recientemente, este 2023, saltó una nueva polémica en relación con la decisión adoptada por la editorial británica de los libros de Roald Dahl, para “retocar” ciertos aspectos de su obra que podrían resultar, a ojos de hoy, políticamente incorrectos para la educación de los/las niños/as. (Youngs & Glynn, 2023)

Gracias a todas estas controversias y comparándolas con lo que yo conozco, con mi experiencia personal, con mi sentir y sobre todo, con una sensación que proviene del instinto y la intuición, y que no es empíricamente demostrable, he revisado mis creencias y, en el intento de explicarme a mí misma por qué creo en lo que creo, expongo los argumentos que en este momento me sirven para defender mi posición, con la intención de ofrecer un punto de vista diferente y que, en el mejor de los casos, sirva para despolarizar opiniones y crear, como a mí misma me ocurrió, alguna duda.

Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está totalmente alejado de ella. (Aristóteles)

Como he mencionado al inicio, dependiendo de las experiencias vividas, nos situamos en uno u otro lado de la balanza. Yo, como mujer, que se ha criado escuchando cuentos de tradición oral en la voz de mi madre y ella a su vez, en la voz de su abuela, desde mi experiencia, desde lo que me contaron y lo que viví, puedo decir que jamás crecí pensando que un príncipe azul me vendría a rescatar, jamás tuve como meta una boda, jamás quise ser princesa. Por supuesto que los cuentos que me contaron moldearon mi conducta y mi forma de ser, como también lo hicieron las circunstancias en las que fui educada, tanto por mi familia, mis profesoras y el entorno social. Las causas son siempre multifactoriales.

Por supuesto, mi experiencia se vio influenciada por la elección de las versiones de los cuentos que me contaron, por la forma de contarlos, pero esencialmente creo que fue mi necesidad de identificarme con los personajes que yo precisaba para mi crecimiento. Creo que todos/as los niños/as, de una forma instintiva, por pura supervivencia, se fijan en aquellos personajes que les ayudan a librar sus propias batallas. En mi caso, mis referentes eran siempre personajes que entraban en acción, de una forma u otra. Y, si analizo mi vida, las características de esas figuras han guiado mi camino de autonomía y, de forma totalmente inconsciente, me han alertado de peligros a los que podía estar expuesta.

El camino de la doctrina es largo; breve y eficaz, el del ejemplo. (Séneca)

Mi cuento preferido, era y es “El dragón de las siete cabezas y el gigante de un solo ojo”. Un cuento que, en la versión contada por mi madre, no he podido encontrar recogido por ningún folklorista, aunque sí fraccionado en diferentes cuentos: “Los animales agradecidos”, “La serpiente de siete cabezas y el castillo de irás y no volverás” y otros. Es un cuento largo, en el que el héroe ayuda a muchos animales que, agradecidos, le otorgan el don de transformarse en ellos con las características especiales de cada uno, y gracias a estos dones consigue superar todos los retos. Mata al dragón y entrega, a la princesa secuestrada, el huevo que habría de estrellar contra la frente del gigante de un solo ojo, para acabar con él. Finalmente, ambos consiguen huir y se casan, con el premio de recibir medio reino. Hasta aquí, otra historia de princesas secuestradas que acaba en boda.

La particularidad de este cuento se encuentra en las sensaciones que se despertaron en mí, cómo yo vivía esa historia, en la piel de qué personaje me metía. A mí, una niña de 4, 5, 6, 7 años -todos esos en los que pedía a mi madre que me lo contara y repitiera- el personaje que me fascinaba, el que yo quería ser, los zapatos que yo me calzaba en mi imaginación para vivir las aventuras que el cuento me proponía, eran los del muchacho, nunca los de la princesa. Admiraba su capacidad de intentar lo imposible y conseguirlo. El hecho de que luego hubiera una boda me traía sin cuidado, porque el verdadero triunfo había sido superar las pruebas. Y tampoco se me pasaba por alto que uno hace hasta donde puede, pero que quién realmente quiere liberarse ha de hacer su parte: si el muchacho se encargaba del dragón, la muchacha se encargaba del gigante.

ilustración de Pablo Auladell para el cuento “El príncipe durmiente”

Otros cuentos que recuerdo con especial predilección fueron “La flor de Lililá”, que me confrontaba con la relación que tenía con mis hermanos, “La niña del zurrón”, que calibró mis antenas para detectar posibles peligros y que casi puedo asegurar que me salvó de una situación que pudo ser muy peligrosa; y, finalmente, un cuento que hoy día hay que contar casi a escondidas, por la sobreprotección a la que sometemos a toda la infancia, “La asadura del muerto”. Os puedo asegurar que, como niña, nunca me traumatizó la textualidad de lo relatado, porque jamás lo interpreté racionalmente, al pie de la letra, lo que recuerdo fue la sensación de tener un miedo controlado que hasta daba placer sentir, y las cosquillas y el afecto dispensado con el que finaliza el cuento.

Un día llegarás a ser tan maduro que volverás a leer cuentos. (C.S. Lewis)

Llega un momento en el que se acaba la infancia y se acaban los cuentos. Esta moda de que los cuentos son para los/las niños/as empezó a fraguarse a finales del siglo XVII, cuando el folklorista Charles Perrault recogió versiones de cuentos tradicionales y los adaptó a la sociedad burguesa a la que pertenecía, podando en ellos algunos detalles sexuales, escabrosos, cruentos, demasiado literales… haciéndolos, además, más accesibles para la infancia. Antes de eso los cuentos eran contados a todo tipo de público, y cada cuál se llevaba la enseñanza o el mensaje que necesitaba.

A medida que los cuentos se iban popularizando entre los/las niños/as y se descubrió el filón mercantilista que esto suponía, dejaron de tener interés para el mundo adulto y, con el paso de los años, fueron quedando como “una cosa de niños”. Hoy en día nadie discute el valor de los cuentos en el mundo de la educación infantil, en ciertos casos se censuran algunos cuentos, pero no el cuento en sí. Sin embargo, sigue sin apreciarse el gran valor que un cuento puede tener en todas las edades y principalmente en la adolescencia.

Actualmente no tenemos la costumbre ni la cultura de contar cuentos más allá de la infancia. Cuando el niño/la niña crece, a pesar de que le siguen gustando, los descarta porque “esas cosas son de niños/as” y ellos/as ya han crecido. Es humillante que le sigan contando cuentos porque eso es señal de seguir siendo considerado como un niño / una niña. Más allá de eso, el adulto, inmerso en los mundos de la racionalidad, la productividad, la responsabilidad, la mal entendida madurez y la seriedad que la acompañan, espera… “que no le vengan con cuentos”. Así, algo que en otras épocas había sido no solo una actividad lúdica sino una guía de vida, fue tomando un cariz peyorativo.

A fuerza de no contarlos, los miles de cuentos que componen la tradición oral de un país se han visto relegados a un puñado, que además han sido podados por algunos folkloristas y remodelados por la visión particular de directores y dramaturgos, léase Walt Disney. Cuando preguntamos al público en general qué cuentos de la tradición oral conoce, los títulos no llegan a veinte, en el mejor de los casos: “Caperucita roja”, “La bella durmiente”, “Blancanieves y los siete enanitos”, “La cenicienta”, “Ricitos de oro”, “La ratita presumida”, “Los siete cabritillos y el lobo”, “Garbancito”, “La bella y la bestia”, “Juan y las judías mágicas”, “Aladino y la lámpara maravillosa”, “El príncipe sapo”, “Ali Babá y los cuarenta ladrones”, “Rapunzel”, “La casita de chocolate”, “La sirenita”, que ni siquiera podría considerarse un cuento de tradición oral puesto que fue escrito por Hans C. Andersen en 1836.

Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento. (Miguel de Unamuno)

No sólo hemos dejado atrás una enorme cantidad de cuentos de tradición oral, sino que hemos perdido la sensibilidad que requiere su escucha, la capacidad de fascinación. El cuento tradicional no está hecho para ser entendido por la mente racional, sino para mover estructuras internas, para conmover, para dejarse impactar por las imágenes maravillosas que evoca, para que los mensajes que se filtran a través de los símbolos que contiene, elaboren vías de salida que la mente y el conocimiento no pueden encontrar. Esto sólo se consigue escuchando cuentos y hemos de reaprender a escucharlos, no con la razón, sino con el cuerpo. Los cuentos de tradición oral no se piensan, se sienten.

Este proceso de abandonar los cuentos junto con la niñez, también me sucedió a mí, hasta el punto de olvidar que alguna vez me contaron cuentos. Por supuesto tampoco tenía la menor consciencia de lo que, en su día, los cuentos me aportaron. De hecho, en mi primera etapa de narradora oral, prescindí de contar cuentos de tradición oral, porque no me sentía a gusto con lo que yo creía que transmitían y no estaba por la labor de perpetuar algo que consideraba añejo y en contra de mis principios. En ese momento (2005-2006) conocía pocos cuentos de la tradición oral, los que conocía estaban reinterpretados por Disney, nunca había leído versiones recogidas por otros folkloristas: Basile, Italo Calvino, Teófilo Braga, Antonio Almodóvar, Ángel Fernández… y, desde mi posición de narradora oral que escoge los cuentos a contar, los censuré. Por ello puedo hablar desde la experiencia de haberme posicionado en el otro lado de la balanza. Por ello hoy, desde el conocimiento que he ido adquiriendo, puedo defender el gran valor que les otorgo y me siento en el compromiso de dar a conocer lo que yo he ido descubriendo.

ilustración de Pablo Auladell para el cuento tradicional español “La Peña de los enamorados“

Pero antes de avanzar en este desafío es preciso que puntualice qué son para mí los cuentos de tradición oral. Este tipo de cuentos plantea una problemática, una dificultad, un reto a conseguir por el héroe o la heroína que los protagoniza. El tipo de problema que plantea es algo similar a lo que cualquier persona, en algún punto de su vida, puede tener que afrontar: superar la pobreza, encontrar un trabajo, salir de una situación que no deja crecer, que supone una amenaza, un maltrato, un abandono… o simplemente explorar el mundo. Durante el viaje va a ir encontrándose con otros personajes, unos que serán de ayuda, otros que le causarán más problemas. Dependiendo del cuento, las dificultades parecen no acabar; a veces parecen imposibles de solucionar, al menos sin la ayuda de alguien. Y finalmente, si hablamos de cuentos de hadas o maravillosos, se consigue superar el reto, que se traduce en una boda, un reino, un tesoro…

Los cuentos actúan como metáforas de la vida y sus héroes o heroínas ofrecen ejemplos sobre cómo solucionar determinados objetivos. Cómo ha actuado, quién le ha ayudado, de quién ha de desconfiar, qué evitar, qué aprender… Existen cuentos con diferentes problemáticas, porque no todos tenemos las mismas vicisitudes, o a cada cual se le presentan en diferentes momentos. Por ello cada niño/a, cada adolescente, cada adulto, se sentirá identificado con uno con otro, dependiendo de la dificultad a la que se enfrente en cada momento de su vida. Mediante ejemplos lúdicos y amables, los cuentos ofrecen la posibilidad de ver una situación propia como si fuera ajena, son, bajo mi punto de vista, una ayuda muy valiosa y una guía de para recorrer caminos trazados por otros/as que, a mí particularmente, me ayudan a avanzar. Por lo que los defiendo como herramienta de autoconocimiento y ayuda.

El verdadero viaje del aprendizaje consiste, no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con ojos nuevos. (Marcel Proust)

En 2016 los investigadores Sara Graça da Silva y Jamshid J. Tehrani, publicaron las investigaciones que habían realizado sobre el origen de los cuentos, en la revista científica The Royal Society, bajo el título: “Los análisis filogenéticos comparativos descubren las antiguas raíces de los cuentos populares indoeuropeos”. (Silva, Sara Graça & Tehrani, Jamshid). De dicho estudio se desprende que algunos cuentos tradicionales pueden datar de finales del Neolítico (3000 – 6000 a. C.), cuando el ser humano comenzó su proceso de sedentarización. Hablamos de la esencia de esas historias, porque el cuento de la tradición oral no permanece inalterable, se modifica, crece, se adapta. Primeramente eran transmitidos de padres a hijos, generación tras generación, y se cree que luego viajaron con las caravanas de comerciantes. Cuando éstos se reunían se contaban historias y éstas viajaban en boca de los nuevos narradores e iban adaptándose a su forma de narrar, a la idiosincrasia del lugar, a la época histórica. De ahí que haya tantas versiones de un mismo cuento diseminadas por todo el mundo y que se haya podido hacer un estudio filogenético de las mismas.

Dada su antigüedad, es imposible conocer si hubo un autor/autores. Existen varias hipótesis, la más popularizada es que los cuentos pertenecen al inconsciente colectivo, a una sabiduría popular que los ha ido modelando siglo tras siglo, adaptándolos a las necesidades de la sociedad de cada momento. Pero, para lograr esa permanencia, era preciso que las historias pudieran tener unos elementos que se mantuvieran de una forma más estable, estos elementos son los símbolos y los personajes arquetipales. El símbolo es una convención social, con la que se representa una idea, una condición. Un personaje arquetípico representa el conjunto de características que tiene un personaje, una especie de modelo de actitudes y comportamientos reconocido por el inconsciente colectivo. Los personajes de los cuentos son reyes, reinas, príncipes, princesas, ogros, brujas, madrastras, ancianas/os, hechicheros/as… no suelen tener un nombre propio. Cuando hablamos de un rey o de un ogro, hay unas características concretas que nos dan información sobre el personaje en cuestión. Eso es un personaje arquetípico.

Posteriormente, los folkloristas empezaron a recoger muchas de esas historias y a ponerlas por escrito. Así comenzaron las compilaciones de cuentos. Los primeros folkloristas son anónimos y las primeras recopilaciones que crearon fueron el Panchatantra (VI d. C.) y Las mil y una noches (IX-X d. C. ). De las siguientes ya se conoce el nombre de quién recopiló las historias; por citar algunos de los más conococidos: Giambatista Basile (XVI-XVII), Charles Perrault (XVII-XVIII), Jeanne-Marie Leprince de Beaumont (coetánea de Perrault), los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm o Nicolái Afanásiev (XVIII-XIX), Hans Christian Andersen (XIX), Antonio Rodríguez Almodóvar (XX-XXI), etc. Muchas de las historias eran contadas por mujeres y la mayoría de los que las recopilaban eran hombres. Es de suponer que, dada la posición que ha tenido la mujer en la historia, ellas les trasladasen una versión de los cuentos que no las metiera en problemas; en ocasiones, se guardarían incluso otros cuentos que nunca han sido recogidos. También tenemos que considerar que, en la época histórica en la que fueron recogidos esos cuentos, las posiciones de poder estaban en manos de las monarquías (reyes/reinas, zares/zarinas, Maharajas, sultanes…) y son esos y no otros, los personajes que aparecen y suyos los valores que se enfatizan en los cuentos.

ilustración de Pablo Auladell para el cuento tradicional español “Blancaflor, la hija del Diablo“

¿Precisan los cuentos de tradición oral una renovación? Por supuesto que sí, este tipo de cuentos tiene esa cualidad, si permanecieran inalterables dejarían de formar parte del inconsciente colectivo, pero esa adaptación tiene que hacerse respetando los elementos esenciales de los que están compuestos: los símbolos y los personajes arquetipales, que podrán cambiar su nombre pero no su esencia. Tal vez en el futuro no tengamos reyes en los cuentos, pero sí habrá un personaje que ostente la representación del poder, del mando, del centro mental. Se requiere un conocimiento profundo de los cuentos de tradición oral para entender el arquetipo que subyace bajo el personaje y su mensaje. Si realizamos una adaptación basándonos en la lógica y en el raciocinio, acabaremos destrozando su esencia.

No juzgue nada por su aspecto, sino por la evidencia. (Charles Dickens)

Se suele juzgar sin un conocimiento real de la situación. Volviendo a los apenas veinte cuentos que he nombrado en un párrafo anterior, ¿es justo universalizar el mensaje de ese escaso número de cuentos, para aplicarlo a los miles que se pueden encontrar en los distintos folklores: indoeuropeo, germánicos, italo-célticos, indo-iranios, árabes, orientales… ¿Es cierto que esas versiones que conocemos provienen de la tradición oral o son reinterpretaciones hechas por otras personas? Blancanieves no se despierta con un beso de amor sino escupiendo el trozo de manzana envenenada, fruto de un tropiezo mientras transportaban el féretro de cristal. El sapo no se convierte en príncipe a raiz de un beso, sino cuando lo estampan contra la pared. La sirenita no se casa con el príncipe sino que se suicida para salvarle la vida…

Seamos honestos/as. Cuando se dice tan ligeramente que en los cuentos de hadas el papel de la mujer está desprestigiado y que las princesas siempre son desvalidas damiselas en apuros, es porque no se han leído cuentos de la tradición oral, porque hay centenares de ellos en los que la mujer tiene un papel activo; es la que sale sola a resolver los problemas, la que pasa las pruebas, la que consigue su objetivo, incluso la que salva al muchacho/príncipe. Hay libros enteros donde se recopilan cuentos en los que la mujer es la heroína, por ejemplo Cuentos de Hadas de Ángela Carter (Carter, 2016), o El despertar de la belleza, de Marita de Sterck (de Sterck, 2014).

Es cierto que hay cuentos en los que se enfatiza el papel tradicional asignado a la mujer, en los que la chica es la que tiene que limpiar y hacer las labores de casa, por ejemplo:

Encargole las más humildes faenas de la casa; debía fregar los platos y los chismes todos de la cocina, barría los cuartos de la señora y de sus dos hijas; dormía en el granero y en un mal jergón… (“Cenicienta” – Perrault)

Los enanos le dijeron:

-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, hacer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltará nada… (“Blancanieves” – Hermanos Grimm)

por último llegó a una alquería cuyo dueño necesitaba una porcallona para fregar, barrer y limpiar la gamella de los cerdos… (“Pellejo de asno” – Perrault)

¿Es esto lo que tenemos que reprocharles a Blancanieves y a la pobre Pellejo de Asno que salen de su casa solas y se van a buscar trabajo o a sobrevivir como puedan? ¿Su valentía para buscarse la vida no tiene un valor mayor?

¿Y son estas tareas exclusivas de los personajes femeninos? Pues ciertamente no lo son:

A continuación de esto se internaron en el bosque, y en el centro, justo allí donde estaba más oscuro, se encontraron una pequeña casita embrujada que estaba vacía. Entonces dijeron:

- Aquí viviremos y tú, Benjamín, como eres el más joven y débil, te quedarás en casa y administrarás nuestra hacienda; nosotros saldremos e iremos a buscar comida.

Desde aquel momento se adentraron en el bosque y mataban liebres, ciervos salvajes, pájaros y palomitas y todo lo que había allí para comer, esto se lo llevaban a Benjamín, que tenía que preparárselo para que ellos pudieran calmar su hambre…

(“Los doce hermanos” – Hermanos Grimm)

El gigante se lo llevó a los establos.

- Mira, aquí está el estiércol de cien cabezas de ganado, que no se ha limpiado en siete años. Yo me voy a ir de casa mañana, y si este establo no se queda limpio antes de que caiga la noche, tan limpio que una manzana de oro ruede sin obstáculos de un extremo a otro de él, no solo no te llevarás a mi hija, sino que será un vaso de tu propia sangre el que apague mi sed esta noche…

(“La batalla de los pájaros” – Angela Carter)

ilustración de Pablo Auladell para el cuento tradicional “Juan Soldado“

Aun así, hay otros cientos de cuentos en los que estas tareas ni se mencionan. Pero si esto no fuera suficiente para desmontar el argumento de que las tareas domésticas recaen siempre en los personajes femeninos, tenemos que mencionar el significado simbólico de estas tareas, lo que representan:

-Limpiar, lavar: sacar la suciedad, las impurezas, lo que sobra, lo que ya no sirve.

-Planchar: quitar arrugas, allanar el terreno.

-Ordenar: colocar las cosas en orden, ser capaz de priorizar, de anteponer.

-Coser: juntar, unir, componer, crear.

Una de las siete leyes que rigen el universo dice así: “Como es arriba es abajo. Como es adentro es afuera.” (El Kybalion, VV.AA., 2008). Compara las leyes de la física con las del plano mental y el espiritual y viene a decir que todos los planos están conectados, que lo que hagas de forma externa, física, también se reflejará en tu interior, en los planos mentales y espirituales. El ejercicio de limpiar o lavar cosas externas, vendría a ser (por ejemplo), limpiar tu mente de pensamientos que la ensombrecen o preocupan. Lo mismo ocurre con poner orden en el exterior, se traduce en un orden de ideas y pensamientos. Incluso peinarse, que es poner orden en tus cabellos, es una forma de ordenar los pensamientos. Lo mismo ocurriría con planchar, que sería allanar caminos de salida que pueden ser tortuosos. Con coser: asociar ideas, hilar pensamientos. Con cocinar: realizar la alquimia de transformación de lo que nutre.

Las tareas que se encargan a los personajes de un cuento tienen una correlación con su estado interno. Sería realmente muy poco acertado eliminarlas por el hecho de ver en ellas una explotación de los personajes femeninos. Dependiendo de quién hace el camino, si es el héroe o la heroína, va a tener que pasar por ciertos requisitos en su camino de crecimiento, ya sea lavar, coser, cosechar, allanar terrenos o luchar. En este punto nos encontramos con otra de las críticas a los cuentos tradicionales: ¿por qué son siempre los personajes masculinos los que libran batallas, matan a los monstruos, deshacen hechizos y salvan a otros personajes? Antes hemos mencionado que eso no ocurre “siempre”, que hay muchos cuentos en los que son los personajes femeninos los que tienen la labor de rescatar, tal vez lo hacen de otra manera, pero no por ello menos efectiva. Por poner algunos ejemplos: “Blancaflor, la hija del diablo”, “El príncipe durmiente” o “Los siete cuervos”.

Pero aún hay otro aspecto de los cuentos de tradición oral que tiene una importancia notoria y no hemos desarrollado suficientemente, son los personajes arquetípicos del príncipe y a la princesa. Hay autores que identifican a estos personales con la energía masculina y femenina respectivamente, pero esto sigue siendo confuso, porque muchas personas siguen asociándolas a un hombre y a una mujer, por no entrar en otras diversidades. Otros autores equiparan estos personajes arquetípicos al ánimus y al ánima, según la psicología psicoanalítica de Carl G. Jung, que definía el ánimus como el aspecto inconsciente masculino en las mujeres y el ánima como el aspecto inconsciente femenino en los hombres. Esta asociación sigue sin convencerme y menos ahora que hay que dar cabida a todas las sensibilidades de género.

El taoísmo nos habla de las leyes del movimiento, el Yin y el Yang. El Yin representa la energía fresca, suave, dulce, la quietud, el frío… El Yang representa el movimiento, la inquietud, el calor... Ambas son necesarias y complementarias. Encontrar el Tao es encontrar el equilibrio. Esta idea se asemeja más a la interpretación que yo le otorgo a estos personajes arquetípicos. A falta de encontrar unos términos que recojan exactamente el significado, voy a utilizar los términos de: Energía Activa y Energía Receptiva.

La energía activa (semejante al Yang, energía masculina o al ánimus) sería la que se relaciona con ponerse en movimiento, con el hacer, con la extraversión, con un aprendizaje hacia fuera, hacia el exterior. Es una energía proactiva, competitiva, resolutiva, orientada al éxito. La Energía Receptiva (semejante al Yin, a la energía femenina o al ánima) se relaciona con el ser, con cultivar la paciencia, la serenidad, el cuidado, lo sutil. Es la que conecta con la emoción, la cooperación, la comunicación, la reflexión, el fluir, la introspección, con un aprendizaje interno, con ir hacia dentro. Lo que ahora llamaríamos entrar en mindfulness o tener una “actitud zen”.

ilustración de Pablo Auladell para el cuento tradicional español “El pavero del rey“

Toda persona, de cualquier sensibilidad de género, precisa equilibrar esas energías para la consecución de sus objetivos. Por lo que es preciso, antes que nada, identificar qué energía es la que le está faltando y luego actuar para conseguirla. El modo de conseguirla va a ser diferente en función de la que se necesite: ponerse en acción o trabajar la atención. Tradicionalmente, la energía activa ha tenido muy buena prensa, con unas valoraciones mucho más altas que la energía receptiva, que se consideraba poco útil, prescindible. Afortunadamente ahora somos más conscientes de que un exceso de cualquiera de ellas nos produce un desequilibrio que conlleva malestar y puede incluso causarnos enfermedades. Cuando la energía receptiva tenga la misma valoración que la energía activa, habrá, bajo mi punto de visa, un verdadero cambio de paradigma.

Finalizaremos, como en muchos cuentos sucede, no en todos, con el casamiento entre los protagonistas. Si los hemos definido como energía activa y receptiva, o cualquier otro símil de los mencionados, llegaremos al corolario de que casarse no es otra cosa que integrar las dos energías, hacer la suma de las partes, alcanzar la completud, la plenitud, el equilibrio, lo que hemos venido a llamar una unión sagrada. Así sería cuando el casamiento de los protagonistas es vista desde un aspecto interno. Si analizamos esta unión desde su aspecto externo, naturalmente hablamos de sexualidad y, presuntamente, de la convivencia de los protagonistas. No he encontrado en ningún cuento la palabra “matrimonio” con la que, etimológicamente, entraríamos en otros conceptos; pero sí la de “casar”, que es “tener casa a parte”. Si, desde la prehistoria, la humanidad ha formado espacios de convivencia más o menos amplios y la supervivencia de la especie pasa por la reproducción, un asunto de tal importancia tiene que formar parte de las narraciones ancestrales, como meta deseable, para todos los habitantes.

Puedo entender las reticencias que suscita este tema, más cuando mi defensa de los cuentos de tradición oral comienza por decir que estos no pueden ser interpretados con la razón, que pierden su mensaje, algo que contradice toda lógica. Solo sé que cuando me di la oportunidad de sentirlos y no razonarlos, mi experiencia fue tan gratificante que me gustaría que pudiera ser experimentada por muchas personas más. La propuesta pasa por acercarse a ellos con otra mirada, por estudiarlos con respeto para intentar una adaptación que aproxime posturas, por hacer su lenguaje inclusivo, por escucharlos desde la vivencia y no desde el análisis, por seleccionar los que más se ajusten a cada colectivo y finalmente por contarlos entre diferentes tipos de público y ver su reacción. Nuestra experiencia es que los resultados son trascendentales. En esta actualidad frenética, tecnológica, enfocada en la productividad, hemos dejado desamparada a nuestra esencia, a nuestro niño/a interno/a, y los cuentos pueden ser su guía, su cobijo.

Referencias

Carter, Angela. (2016). Cuentos de Hadas de Angela Carter. Salamanca: Impedimenta.

de Sterck, Marita. (2014). El despertar de la belleza. Sesenta cuentos populares de los cinco continentes. Madrid: Siruela.

Delgado, Martina. (23 de junio de 2022). Tiempo Argentino / Cultura. https://www.tiempoar.com.ar/cultura/el-contenido-sexista-de-los-cuentos-de-hadas/

Lurie, Alison. (1998). No se lo cuentes a los mayores: literatura infantil, espacio subversivo. Fundación Germán Sánchez Ruipérez.

Silva, Sara Graça, & Tehrani, Jamshid . (2016). The Royal Society. Comparative phylogenetic analyses uncover the ancient roots of Indo-European folktales: https://royalsocietypublishing.org/doi/10.1098/rsos.150645

Vanguardia, R. L. (11 de abril de 2019). La Vanguardia/Local/Barcelona. https://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20190411/461587131455/retirado-vetado-caperucita-roja-bella-durmienta-leyenda-sant-jordi-escuela-taber-barcelona.html

VV.AA. (2008). El Kybalion. Sirio.

Youngs, I., & Glynn, P. (22 de febrero de 2023). BBC News. https://www.bbc.com/mundo/noticias-6470072

Las siete ilustraciones que vemos en este artículo fueron creadas por Pablo Auladell para la edición publicada en 2011 de Cuentos maravillosos, primer tomo de Cuentos al amor de la lumbre, la conocida antología de Antonio Rodríguez Almodóvar, aparecida por primera vez en 1983.
































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































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