Ad Astra: un hombre en busca del padre

Nemesio Cabrera Nuño

Técnico de laboratorio, conocedor de la Cuentoterapia. Lector de Jirô Taniguchi.

Antes de realizar este artículo, Orlando Santana –el editor de este blog– me comentaba que, al igual que los cuentos o las músicas, algunas películas podrían formar parte de las herramientas que impulsan el crecimiento interior. Sí es verdad que la fuerza transformadora de los cuentos pasa por el cuentista y su forma de contar, por el lugar, el momento; y también por las veces que escuchamos un buen cuento y, si es posible, por el ritual que precede a su narración. Todo ello hace que los cuentos calen en nosotros y explica porqué la presencia del “otro” resulta importante. Aún así, un film o, dentro de éste, una simple imagen o una frase, pueden llegar a ser la causa de una reflexión que nos alimente.

He sido siempre un cinéfilo empedernido –cada vez menos, la verdad– y las películas siempre han representado para mí una forma de entretenimiento y una oportunidad para disfrutar de buenas historias, evadiéndome un ratito de lo cotidiano. Además de ello, me han introducido en diversos contextos sociales e históricos y, por tanto, han entrado a formar parte del acervo cultural de una generación destinada a cambiar los paradigmas sociales reflejados en ellas.

Y aún no visionándolas como una posible experiencia transformadora o de aprendizaje, sin embargo, no puedo negar que, como piedrecita de meteorito descubierta en una estepa, algunos filmes, además de hacerme compañía cuando en la juventud me identificaba con algún personaje, en algún momento puntual de mi vida también han servido de catalizador para descubrir nuevas ideas o rutas que han podido transformar mi pensamiento y mi sentir, y redirigir de alguna manera mi vida. Así sucedió con El pequeño salvaje, de Francois Truffaut, la cual de muy chiquito me hizo plantearme qué ladrillos éticos quería que me dieran forma y qué valores morales exigidos no estaba dispuesto a amparar, porque iban a desdibujar mi figura.

Desgranaré mis impresiones sobre la película poniendo en cursiva las experiencias que puedan semejarse a las que vemos en Ad Astra. Los diálogos irán aparte, precedidos por guiones. También describiré algunas imágenes, pues en el cine –tal como John Coltrane hace con la música–, los directores nos expresan lo que quieren transmitir, a veces, sólo a través de ellas. Y me haré algunas preguntas también, que siempre surgen.

Ad Astra es una película introspectiva, a pesar de que se desarrolla en el espacio; de hecho, el personaje principal, cada cierto tiempo, se autoevalúa por exigencias de la empresa en la que trabaja y a medida que se desarrolla el viaje, al hombre no le queda otra que apechugar con lo que va viviendo. ¿No han tenido a veces la sensación de que viven la vida y que la vida vive a través de ustedes, haciendo que tengamos sólo un margen de acción porque todo lo demás ya no está en nuestras manos y se nos escapó hace tiempo?

He de decir, antes de continuar, que pregunté al mayor número de personas posible sobre Ad Astra y parece que no es una película para todos los públicos. La mayoría de las mujeres se habían acercado a ella por Brad Pitt, que no deja de ser un aliciente, pero les pareció lenta y sin sentido. Me pregunto si las féminas, quizás, no necesitan construir el arquetipo masculino desde el mismo prisma que el protagonista de esta historia, y que tal vez por eso la película les resulta ajena o lejana. En cualquier caso, sí me parece que para ambos géneros es primordial, a la hora de materializar esta construcción interior, tomar conciencia de no querer hacerse más daño; por lo que uno se hace así mismo la promesa de cuidarse y dejar ir a los personajes que hemos tenido como referentes, para quedarnos sólo con el molde. (Aludiendo, con esto, quizás a Platón).

Érase una vez, en un futuro no muy lejano…..

La humanidad pone la vista en las estrellas, en busca de vida inteligente y respondiendo a la promesa de progreso. La incapacidad de entendernos nos hace mirar hacia fuera, la incapacidad de abandonarnos al misterio, nos hace creer en quimeras.

—Estoy centrado en los esencial y excluyo lo demás. Sólo tomaré decisiones pragmáticas. No permitiré que mi mente se distraiga en cosas irrelevantes.

El personaje es presentado en primer plano, con un perfil grave mirando hacia la derecha (el futuro); ella, al fondo, lo mira de frente, mientras deja las llaves en el recibidor. Se marcha.

—No dependeré de nada ni de nadie –se dice él.

Y así comienza la historia, él es astronauta y al ponerse el traje para realizar una operación de reparación, en una estación que orbita en la atmosfera, se da cuenta de que está huyendo. Desgraciadamente, el viaje vital comienza siempre con una ruptura y con un dolor; si no es así, parece que no nos arrancamos la somnolencia. El caso es que ocurre un grave accidente en la estación donde él está trabajando, provocado por unas ondas dirigidas desde Neptuno, el planeta más lejano al que ha llegado la humanidad. Muchos compañeros mueren y él está a punto de hacerlo. Su padre, al cual él cree fallecido, parece ser el responsable.

Su padre se esconde y puede que no esté haciéndolo bien, le comenta un hombre mayor (persona ya madura y sabia). Y a pesar de que le muestran pruebas de su existencia, Roy –así se llama nuestro protagonista– no quiere dejar de creer que su padre está muerto y es un héroe. Así es todo más fácil. En esta etapa del viaje vital, en la que se produce una lucha interna-externa, hay que tener mucho cuidado con las adicciones de cualquier tipo; es posible también que sientas que las personas que se mueven a tu alrededor tienen un propósito, que saben lo que quieren y que actúan con naturalidad, que no caminan al borde de la línea como tú. Le proponen a Roy que intente contactar con su padre desde la base más cercana a Neptuno, que se encuentra en la cara oculta de la Luna. Están utilizándolo como cebo y él acepta, aunque es consciente de que la empresa tiene claro que hay que acabar con su padre.

El padre, para Roy, deja de ser una figura idealizada, necesaria, para convertirse en un peligro, alguien que ya está haciendo mucho mal. Es normal que sienta la necesidad de saber por qué lo hace. En este tramo del viaje Roy se enfrenta a la rabia generada por el dolor del abandono, una rabia que no le deja abrirse a los demás. Toma conciencia de ello y de que su padre está imbuido de sentimientos muy negativos:

—No quiero ser mi padre.

A estas alturas, Roy no sabe si quiere encontrarle o liberarse de él.

Una vez que le permiten contactar con su padre se salta el protocolo, con el cual no llegaría a ninguna parte, y pone el corazón en ello.

—Papá necesito verte, quiero que sepas que he hecho muchas cosas para obtener tu aprobación, no sé si acertadas o equivocadas, pero aquí estoy y necesito verte.

Si no rompes algunas reglas es complicado romper el juego psicológico que te mantiene en los bordes de lo conocido. La empresa consigue contactar con el padre y se dirige a darle caza. Por supuesto, a él lo descartan para este tramo de la operación; hay demasiado en juego y no se puede convertir el asunto en algo personal. Su padre es un asesino, él necesita estar en esos momentos tranquilo y reflexionar sobre los pasos a dar, y entonces se encuentra con una mujer, hija de compañeros de su padre a los cuales éste ha asesinado. Esta mujer le muestra qué es la empatía y la abnegación, al ayudarlo a colarse en la nave que parte hacia Neptuno, poniendo en riesgo su vida. Nuestro héroe conoce aquí un arquetipo femenino que le ayudará más adelante a madurar, ahora mismo, está en plena acción.

Al colarse en la nave se ve obligado a matar a los tripulantes y sin querer, acaba actuando como su progenitor. No le ha quedado otra. Y llega al planeta en cuestión dispuesto a destruir el proyecto que genera las ondas que están poniendo en grave peligro a sus congéneres, en todo el sistema solar. El proyecto de buscar vida inteligente y de hacerlo a cualquier precio –según entiende su padre–, debe de ser eliminado; pero Roy no quiere destruir a su padre en el proceso. Lo que el hijo no sabe es que el idealizado comandante ya decidió hace tiempo que no hay diferencia entre el proyecto y su persona; además, allí le confiesa que nunca los ha echado de menos, ni a él ni a su madre.

Aquí nos encontramos con un hombre que ha tenido el instinto de procrear, de fertilizar, pero que no lo ha hecho con el instinto de ser padre. Independientemente de que la figura del padre adquiere distintos roles según la época y la cultura, lo que sí es cierto es que el niño, según parece ser, necesita una figura masculina para aprehender el mundo; y hoy en día el padre puede representar el cumplimiento de la ley sin atropellos, ayudar en el manejo de la agresividad; sí, puede ser la autoridad, la figura autolimitante pero no castradora. Y el hijo, llegado el momento, debe superar al padre para seguir avanzando, porque es la ley natural. Pero si tenemos la mala suerte de que este padre no aparece debemos encontrar un sustituto o adquirir estos valores a través del vínculo con la madre. Lo que sí sabemos con seguridad es que la madre sí tiene, naturalmente, el instinto de ser madre, de nutrir y proteger.

—Te abandoné.

—Te quiero igual, te llevo de vuelta.

A pesar de todo, su hijo quiere salvarlo y en su afán por alcanzar este fin no se da cuenta de que el padre, aunque no se atreve a agredirlo, tampoco está dispuesto a ir con él y poner su vida en peligro. Finalmente, el padre se desengancha del hijo en el transbordo entre naves (la de vuelta y la que debe ser destruida) y se deja ir hacia la nada. Roy, durante unos momentos, se plantea seguirlo, pero una luz lo llama de vuelta a casa.

—Estoy estable, tranquilo he dormido bien, sin malos sueños. Estoy atento, consciente de mi entorno y de los que están a mi alrededor. Estoy activo y centrado en lo esencial y excluyo lo demás. No sé como será el futuro pero no me preocupa.

A veces necesitamos que pase lo peor para despreocuparnos. A veces, nosotros, sin darnos cuenta, sí tenemos mucho miedo al futuro. Como parte del juego psicológico, provocamos nuestros peores sueños, sin ser conscientes de ello, para que queden en el pasado. En cualquier caso, necesitamos estar conectados con el pasado y convivir con él para no convertirnos en unos brutos.

—Confiaré en aquellos cercanos a mí y compartiré sus cargas, y ellos las mías. Viviré y amaré.

En este momento final, además de las palabras, el director nos habla mediante el encuadre escogido para el personaje principal. A diferencia de la toma inicial, en ésta Roy no habla mirando al futuro, habla mirando hacia la izquierda (reconciliándose con el pasado) mientras toma un café. Está imbuido en lo cotidiano, en lo femenino, y entonces aparece ella, lo mira a través de una puerta de cristal y cruza la puerta.









































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































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